Texto desarrollado sobre una ponencia de Azucena González San Emeterio por el Equipo de Psicoterapia feminista y transformación social (PTF) Madrid: Azucena González San Emeterio, Paula Campos Arrastia, Rubén Piñera Pérez y Silvia González Alonso. www.psicoterapiafeminista.info
Queremos abordar este texto como un lugar donde pensar en la práctica de la psicoterapia feminista. En qué significa y lo que creemos que podemos tener en cuenta durante dicha práctica, representada en los cómos y en el para qué. Este último sería la transformación social, “cambiar las coordenadas de lo posible” como señala José Enrique Ema (2014) en su artículo ¿Una política de lo real? Queremos hablar de lo decible, de lo vivible, de lo llorable… Y por supuesto, que esto produzca cambios en las condiciones materiales de la existencia.
Consideramos que la Gestalt puede ser una herramienta que contribuya a todo ello. Sin embargo, a veces, en los ámbitos políticos existe una crítica -Político versus Terapéutico-. Esta separación, que se nombra como si fuese posible, a su vez esconde muchas cosas.
Qué estamos diciendo cuando lo separamos:
- ¿Es posible hacer política sin tener en cuenta lo que vamos sintiendo y sin preguntarnos cómo estamos viviendo lo que va pasando? De ser así, podemos poner lo de fuera por encima de lo propio, y quemarnos.
- Cualquiera que hayamos hecho una mínima militancia sabemos cómo interfieren los asuntos personales en lo colectivo: Egos, conflictos, dinámicas de poder. En las asambleas se llega a teorizar con esa base.
- ¿Se pueden construir relaciones más igualitarias sin repensar nuestras posiciones de privilegio? ¿Cómo me hago consciente de ellas si no es a través de una cierta introspección? Consideramos que ésta suele tener que ser acompañada, porque de otra manera es muy compleja. La autoterapia es imposible, las terapeutas lo sabemos bien en nuestra posición de pacientes/consultantes.
- ¿Estamos diciendo esto o estamos ridiculizando los procesos terapéuticos y convirtiéndolos en un perpetuo cómo te sientes, qué necesitas?
A veces la terapia Gestalt es ridiculizada de esta manera (YO MI ME CONMIGO) y no siempre sin razón. “Hagamos una rueda de sentires…”, por ejemplo, puede ser muy político si lo sabemos hacer con una mirada de lo común, con un cómo y un para qué definidos.
Es cierto que la terapia necesita de la política. De otra manera podemos devolver asuntos sociales como problemas personales. Un ejemplo, ya clásico, es el dejar de luchar por unas condiciones laborales dignas y centrarnos en la gestión del estrés. Podemos psicologizar las injusticias, o centrarnos en el yo y en las posibilidades individuales que no contemplan lo común, como priorizar nuestro bienestar sin atender a la posible sobrecarga de nuestras redes de cuidados.
En terapia Gestalt, entender la emoción aislada del contexto supone un obvio no problematizado. Esto es, imaginar como posible un lugar desde el que ver la realidad que no esté condicionado por nuestras posibilidades materiales de conocimiento del entorno, el cual se afecta de nuestra posición en el entramado de fuerzas y jerarquías sociales.
En la terapia Gestalt, la teoría de campo constituye uno de los principios teóricos. En ella se reconoce un campo (ambiente) como lugar en el que se generan, desarrollan y satisfacen las necesidades personales. No se puede entender a una persona fuera de un ambiente (contexto), y existen ambientes que dificultan la satisfacción de las necesidades personales. Entender cómo los distintos ejes de opresión operan en el sistema social y cómo éstos afectan al individuo y viceversa, es introducir lo político en lo terapéutico. Es ver cómo interrelacionar y cambiar los entornos patriarcales, racistas, edadistas, capacitistas… desde lo común y sin dejarnos la piel por el camino. Se trata de incluir el conocimiento de une para el bien común.
Creemos que la mezcla de lo terapéutico y lo social es posible y necesaria. Queremos pensar en términos de:
- Una política en el sentido amplio y una militancia política en lo concreto, que sean terapéuticas, que nos nutran, nos hagan más felices y nos tengan en cuenta desde lo común.
- Una terapia política que nos transforme y transforme nuestro entorno y nuestras
Hemos aprendido a vivir y nombrar en contraposición al entorno y al yo, al dentro y al afuera. Tanto la perspectiva feminista como la terapia Gestalt nos dicen que esto no es así. Somos contacto, somos con. En este sentido, lo que deseamos, lo que movemos, se construye con el mundo, no sólo en oposición a él, sino también de forma sistémica con él.
Aunar terapia y política nunca va a ser algo conseguido, cerrado… a las que nos dedicamos a esto nos parece un planazo intentarlo.
Dice Jessica Benjamin (1996) que si podemos construir una mismidad de sujeto a sujeto dejaríamos atrás la construcción de la subjetividad en la lógica patriarcal. Pues eso, a intentarlo. La vida está entre medias de todo esto.
Pensar la práctica de la Psicoterapia Feminista para que sea transformadora implica, a nuestro parecer:
1. Pensar que la ideología no llega a terapia con el feminismo.
El feminismo, como forma de mirar, de analizar las causas y las manifestaciones de las desigualdades sociales, nos sirve para identificar, corregir y suavizar la reproducción automática de ideología dominante del patriarcado.
Mucha de la práctica feminista no es lo que se hace sino lo que se deja de hacer.
Un ejemplo de meter lo ideológico en terapia, de no reproducir ideología dominante, sería entender que existe un plus de sufrimiento psíquico debido a la dominación, la opresión y las relaciones de poder (Pujal, 2018, p. 173). Entender cómo estos malestares se encarnan y sitúan en los cuerpos de las personas es mirar desde el feminismo.
2. La narrativa y el cuerpo en los procesos terapéuticos.
El enfoque gestáltico se apoya fundamentalmente en el presente, aquí y ahora, en el darse cuenta y en la responsabilidad. Los procesos terapéuticos consisten en gran medida en reconocer y ampliar la propia narrativa. Para ello nuestro cuerpo es un lugar priorizado al que atender y escuchar. Por un lado, en él se anclan los discursos sociales de dominación y sometimiento, cargándolo o vaciándolo de valor y significado. Por otro, en él se experimentan también las fricciones y la incomodidad que devienen en sufrimiento psíquico. Integrar la experiencia corporal y ampliar nuestra narrativa, permite encontrar sentido a la experiencia. Esta búsqueda de sentido se da en la relación con otras personas. Sólo es posible en el entre.
Cuando nuestra experiencia se dota de sentido en un “entre”, aparece el sentido de lo común, adquirimos legibilidad social de nuestro malestar, y nos damos cuenta de su carácter psicosocial. La centralidad de esto, es lo que nos ayuda a transformar lo colectivo.
El cuerpo es el depositario de todo. Lo que nos pasa, nos pasa en el cuerpo. Como señala Mari Luz Esteban “la identidad además de ser construida a través de la interacción, está encarnada. Por tanto, las identidades de género son corporales” (Esteban, 2013. pp. 37-40). La división sexual, la construcción de la diferencia sexual y la jerarquía que impone, está asentada en nuestros cuerpos.
3. Estamos atravesadas por patriarcado.
Para sacudirnos patriarcado, del discurso y del cuerpo, es importante empezar por distinguirlo. Esto no es nada fácil porque nos atraviesa desde que hemos sido construidas, enseñadas y desarrolladas dentro del sistema el patriarcal. A las feministas nos pasa también. Nos atraviesan éste y otros ejes de opresión. Saber de feminismo no te hace inmune a la cultura patriarcal. El feminismo no nos vacuna, pero sí nos pone en disposición de tener más posibilidades de experimentar, distinguir y darnos cuenta (en el sentido gestáltico de inside).
4. Dolores que no pueden ser nombrados, experiencias condenadas a la indefinición.
La mirada hegemónica androcentrada perpetúa los vacíos de reconocimiento y representación que dejan fuera de la atención los malestares de género, entre otros. De este modo los malestares permanecen indefinidos, faltos de legibilidad psicosocial, faltos de sentido. Han sufrido de vacío en su representación histórica las personas especializadas en ser mujeres, las personas diversas en su sexo y género, además de todas las intersecciones de clase y etnia con las que cruzan. Nancy Fraser (1997) nos advierte que además la justicia social se da en la relación entre redistribución y reconocimiento: “las normas culturales injustamente parcializadas en contra de algunos, están institucionalizadas en el Estado y la economía. De otra parte, las desventajas económicas impiden la participación igualitaria en la construcción de la cultura, en las esferas públicas y en la vida diaria. A menudo el resultado es un círculo vicioso de subordinación cultural y económica” (p. 23). El reconocimiento y la redistribución, por tanto, son una vertiente indispensable de la justicia social, y apelan a estructuras de interpretación y valoración de la realidad que sustentan la dominación social y económica, las cuales han de ser tenidas en cuenta en lo terapéutico y no olvidarnos de la importancia redistributiva.
5. Las categorías en el lenguaje y la narrativa.
El lenguaje y la narrativa se observan no sólo en una dimensión inclusiva (nombrarme) sino también en una posibilidad de categorizar, de definir las experiencias y las vidas de formas divergentes, de maneras que pongan en entredicho las normalidades, los “caminos correctos”.
El lenguaje y la acción son performativos, es decir, suponen la realización y la buena ejecución, en tanto que naturalizan las categorías de sexo y género binarios y orientación heterosexual que los confirma. Judith Butler nos habla de una matriz de inteligibilidad heterosexual, una matriz de significados que persiguen una coherencia (endo, cis, hetero y patriarcal) para poder decirse y pensarse desde una “normalidad” establecida. Las personas incoherentes con respecto a la matriz, tienen el riesgo de sufrir estigma, exclusión y dificultades de pertenencia.
6. Dinámicas de reconocimiento.
La dinámica de reconocimiento se une, en lo terapéutico, con la búsqueda de sentido de mí en contacto con el/la otro/a. Jessica Benjamin (2012) nos dice que el reconocimiento es fundamental para la ruptura y para la reparación. La falta de reconocimiento en personas fuertemente traumatizadas supone la cronificación de sus malestares, tanto o más que los hechos causantes del trauma. Esta cuestión aplica a personas, y también a grupos o colectivos. Erigirse en testigo lícito supone devolver ese reconocimiento perdido, es la compensación de cuantos testigos ilícitos hubo que no se dejaron afectar, no escucharon, o no sostuvieron la experiencia de dolor de aquellos hechos que traumaron.
La vergüenza profunda de ser quienes somos es reparable en el acompañamiento que implica reconocimiento, pues da sentido, y es un previo indispensable para que las partes del yo que dañan a otras personas, puedan ser vistas y se aumente la responsabilidad.
7. Interseccionalidad.
El feminismo no habla sólo de cómo se construye la diferencia sexual, sino también, de lo que la produce y reproduce: las relaciones económicas, las dinámicas de los sistemas de producción y de parentesco. Además señala cómo construimos la subjetividad incorporando la desigualdad y las posiciones de subordinación.
El feminismo postcolonial nos habla de que el género no es necesariamente la categoría que más ha de pesar en la subjetividad, y que no se puede hablar de patriarcado sin nombrar el colonialismo. La interseccionalidad se refiere no únicamente a la suma de opresiones, sino que genera epistemología propia y agencia de lugares subalternos. Es decir, permite nombrarse y construirse con narrativas y experiencias ricas, creativas y diversas, desde lugares de identificación y rebeldía propios.
La primera cuestión la vemos claramente en terapia. La segunda a veces nos pasa más desapercibida y tratamos de entenderla sacudiéndonos el racismo que llevamos encima, o mejor dicho, para permitirnos verlo.
Esa es la fuerza del feminismo: mirar los cruces, los ejes de opresión, que resultan posibilidades distintas, no solo suma de malestares sino capacidad de agencia.
Para nosotras, la terapia Gestalt es una metodología que persigue la transformación.
La psicología humanista se desarrolla en los primeros años de la década de los sesenta. La filosofía de esta corriente, en la que se incluye la terapia Gestalt, promueve mirar las problemáticas de las personas de una forma más amplia, en contraposición al modelo biomédico que encierra el sufrimiento psicológico en los parámetros de la patología. La terapia Gestalt contempla la realidad fenomenológica del aquí y ahora y lo llevaba a la relación terapéutica y el contacto entre terapeuta y paciente (Francesetti, Gecele, & Roubal, 2013).
Consideramos que la terapia Gestalt es de ayuda a la ampliación de las posibilidades del sí mismo, y por ende al estar en relación. Veamos algunas consideraciones:
· El autoconcepto: identificación y alienación.
La idea de quién somos, nuestro autoconcepto, se forma del conjunto de identificaciones que asumimos, de cómo llevamos a nuestro interior el afuera. En este proceso actúan decisivamente las normas sociales, los introyectos, así como las categorías que organizan los repartos de poder y de valor. Todo ello infiere en nuestra vida experiencias relacionadas con la filiación, el afecto, la propia valía… La otra cara del autoconcepto es la alienación, el dejar fuera de nuestra idea de quién somos algo de lo que nos es propio, pero que nos pondría en riesgo de no ser aprobados por nuestro entorno social (De Casso, 1995).
En terapia Gestalt consideramos el autoconcepto como una entidad rígida que nos dificulta ajustarnos creativamente a las situaciones cambiantes. De un lado, nos hace imperceptibles los cambios en nuestro interior o en nuestro ambiente, y del otro, nos incapacita para responder ante ellos (Perls, 2007).
En esta dinámica de identificación y alienación, el conflicto con el ambiente es constitutivo, y no enfrentar las estructuras hacia un mejor lugar en lo común traslada al interior del yo los conflictos, generando síntomas de sufrimiento, que no pueden ser mirados atendiendo sólo al “yo”, sino que se hace imprescindible ver a ese “yo” en un campo, con frecuencia injusto, que ha de cambiar.
· Culpa y vergüenza.
Culpa y vergüenza son emociones secundarias fundamentales en las interacciones humanas. Se trata de emociones funcionales que regulan lo social y son adaptativas cuando vienen a señalar tensión entre lo subjetivo y lo objetivo. Ambas pueden, sin embargo, actuar de modo desadaptativo. Su carácter social las hace especialmente relevantes en relación a las estructuras de dominación y sumisión, actuándose frecuentemente a través de ellas la internalización de las normas. Gordon Wheeler (2005) nos habla de la vergüenza profunda que resulta de las “vivencias de inadecuación en algún área esencial e ineludible, (…) (y) juega un papel decisivo en la organización del yo” (p. 189). “La vergüenza es la imposibilidad del yo para aceptar necesidades, características y deseos que emergen del campo en el límite donde se da el proceso social-integrativo; por lo que una ruptura de éste será percibida como una dolorosa desconexión interna del yo” (ib, p., 199). Esto nos exhorta a un abordaje desde lo común, de un lado tratando de reparar, reconociendo el daño y la vergüenza profunda de la vivencia de inadecuación, y por el otro, denunciando las injusticias presentes en el proceso social-integrativo, que ni acoge ni integra a un sin fin de personas y de colectivos. La vergüenza, así, vemos que regula nuestra necesidad de pertenencia, de ser en común, y nos construye en relación a la otra.
Somos con, no hay dentro y fuera.
Somos contacto.
Somos proceso, vamos siendo.
Referencias bibliográficas
Benjamin, J. (1996). Los lazos del Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación. Barcelona: Paidos.
Benjamin, J. (2012). El tercero. Reconocimiento. Clínica e investigación relacional. Revista electrónica de Psicoterapia. Vol. 6 (2) – Junio 2012; pp. 169-179.
Casso de, P. (1995). Identificación-alienación, eje de la terapia gestalt (y contrapunto a la identificación en Freud). (Tesina). Madrid: AETG.
Ema, J. E. (2014) Publicado en Gallano, Carmen (coord.). (2014) Política de lo real. Nuevos movimientos sociales y subjetividad. Pp.: 85-114. Barcelona: Psicoanálisis y sociedad
Esteban, M. L. (2013). Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidad y cambio. Barcelona: Edicions Bellaterra.
Francesetti, G., Gecele, M., & Roubal, J. (2013). Gestalt Therapy Approach to Psychopathology. En Gestalt Therapy in Clinical Practice. From Psychopathology to the Aesthetics of Contact. Milano: Intituto di Gestalt.
Perls, F. (2007) Yo, hambre, y agresión. Madrid: Los libros del CTP.
Pujal, M. (2018). Apuntes para una Salud mental Inclusiva: Duelo a la identidad de género y reconocimiento de la heterogeneidad de la experiencia. En Transpsiquiatría. Abordajes queer en salud mental (pp. 159-207). Madrid: Asociación Española de Neuropsiquiatría.
Wheeler, G. (2005). Vergüenza y soledad. Chile: Cuatro vientos editorial.
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