
Por Azucena González San Emeterio:
Llegué al mundo de la gestalt, profesionalmente, desde el feminismo; necesitaba adquirir herramientas para trabajar en grupos. Mi trabajo consistía en incorporar la mirada de género en el ámbito de las administraciones públicas, la docencia…, grupos de mujeres para la prevención de la violencia, el empoderamiento… e intervenciones socioeducativas para fomentar la igualdad… Todos estos trabajos formulados desde un plano teórico y vivencial.
Personalmente, mi camino había sido, desde la adolescencia, el mundo de la autogestión y la militancia feminista.
Me enamoré de la gestalt y aquí me he quedado. Sin despegarme de ese primer amor que es la militancia y el feminismo. Atravesada por estas cosas y en pugna por tratar de integrarlas, en mí y en los espacios terapéuticos y formativos que habito.
Sé que no estoy sola en esto. Y esta revista es un claro ejemplo de ello.
Hay muchas personas que, como yo, llegamos a la gestalt desde el feminismo. Al reconocernos establecemos ciertos guiños entre nosotras. Por ejemplo, cuando nos recomendamos formaciones hablamos en estos términos: «No tiene perspectiva de género, pero está bien…», «No hay mirada feminista, pero no resulta ofensivo…», «Si no te enfadas por lo que no hay, todo bien…».
También, hablamos de cómo ha sido quedarnos, qué ha pasado para que podamos identificarnos y sentirnos incluidas en este mundillo que, de entrada, parece sospechar del feminismo o incluso, cada vez menos, ser arisco con él. E igualmente, usamos ciertos guiños.
La crítica
Qué nos falta, qué nos ofende, qué nos enfada…
No pretendo hablar por todas, más bien trato de poner mi reflexión en alto. Un granito de arena en el honroso trabajo de realizar una crítica feminista a la gestalt. Recojo solo algunos aspectos, los que en este momento me surgen como más relevantes.
Hay algo muy básico que ocurre en la mayoría de las formaciones y espacios gestálticos y tiene que ver con el uso del lenguaje. No solo pienso en el lenguaje inclusivo, también en cómo categorizamos a través de él.
Desde que entramos en gestalt, se nos propone poner conciencia en cómo nombramos y lo que dejamos fuera en decirnos y decir el mundo… En cambio, cuando pedimos un uso no sexista del lenguaje resulta que, de repente, no tiene tanta importancia. Tiene que ver con la ideología y/o las ganas de polemizar y las resistencias. Seguramente habrá momentos en los que sea así, pero, si se utilizase el lenguaje de otra manera, dejaría de ser un escondite.
¿Cómo podemos estar en un ambiente tan feminizado sin decir nosotras? Desde una mirada feminista, es muy difícil de transar.
En relación a la categorización, también hacemos afirmaciones que son una clara reproducción de la ideología dominante. Es cierto que el lenguaje, en este sentido, es más difícil de trasformar, que representa un cierto estancamiento del orden social que nos construye o, mejor dicho, nos encarna.
Cuando decimos «Voy a comprar al chino» en vez de «al bazar», estamos reproduciendo racismo. Cuando hablamos de lo bellas que están las mujeres del grupo, estamos reproduciendo sexismo. Sí, así es. La ideología dominante nos sale por la boca. No puede ser de otra manera, hemos construido nuestro autoconcepto en un mundo racista y patriarcal, pero ¿por qué lo negamos?, ¿por qué nos defendemos cuando alguien lo señala?
Nos importará más o menos, pero no podemos negar un hecho que es, porque al negarlo nos impedimos darnos cuenta y nuestra responsabilidad. Si no me importa reproducir sexismo, me hago responsable de ello o de lo a gusto que estoy en el patriarcado con mis privilegios o en mi posición de subordinación. Si me importa, me disculpo y explico lo que me cuesta o hablamos de lo difícil que nos resulta a todes. Pero negar la evidencia es lo menos gestáltico que hay.
Por otro lado, nunca he visto en una formación, ni siquiera de sexualidad, buscar una explicación a la heterosexualidad. Nada parecido a «Le pasó tal cosa y por eso es hetero…». En cambio, sí he visto buscar explicación a la homosexualidad, al lesbianismo, a las identidades no normativas. Lo hacemos de una manera más burda o más invisible, pero la lógica es la misma: por el camino algo no fue bien y el resultado es este.
La homofobia está muy presente en las diversas corrientes psicoterapéuticas, no solo en la gestalt. En el psicoanálisis clásico, se trató como un desarrollo psicosexual inverso, fallido. Cuando hablamos en el entorno psi de la diferencia sexual, naturalizamos la heterosexualidad. Desde la teoría feminista, hay corrientes teóricas que tratan de romper esa inercia e incluir en la mirada de la construcción de la subjetividad una teorización que haga posible la normalización de la orientación del deseo sexual en todas sus formas. Nos construimos homosexuales, heterosexuales, bi, trans… y todo está bien. Solo hay que ver qué nos dejamos en el camino, qué partes nuestras estamos alienando y cómo nos sienta en nuestro bienestar.
Otra dificultad, a mi modo de ver, es que, devolviendo responsabilidad, en ocasiones estamos psicologizando la injusticia, tornando problemas sociales en problemas personales. Hay un viejo ejemplo muy ilustrativo: podemos devolver una mejor gestión del estrés en vez de plantearnos luchar por unas condiciones laborales más dignas… Nos pasa, de manera más o menos sutil, con algunas devoluciones de responsabilidad que no tienen en cuenta que, al construir la subjetividad, estamos internalizando una posición concreta de dominio/sumisión; que ser una persona querida y aceptada en el ambiente en el que has nacido en ocasiones pasa por ocupar posiciones de subordinación que nos devuelven reconocimiento. A modo de ejemplos: si en nuestras asambleas las mujeres hablamos en público menos que los hombres, no es casualidad, aunque nadie nos impida tomar la palabra; estar en una relación de maltrato y que nos cueste irnos de ella forma parte de la socialización en una cultura amorosa sostenida en la desigualdad… Devolver responsabilidad en estos casos sin tener en cuenta las condiciones externas es no entender cómo funciona el patriarcado en nuestras psiques y entornos.
Otro punto especialmente llamativo es la esencialización de lo masculino y lo femenino. La gestalt es una corriente eminentemente existencialista, hasta que llegamos a la polaridad femenino-masculino y de repente… somos pura esencia. Vientres que acogen, posiciones pasivas, la madre tierra para las mujeres… Penes que rompen o conquistan, posiciones activas, protección y fuerza para los hombres… Y qué pasa con el resto de los cuerpos y qué pasa con el resto de realidades. Para muchas personas, es muy complicado identificarnos con eso… ¿No somos normales? Cuando hagamos un proceso de integración, ¿será posible que nos sintamos identificades? ¿Es eso deseable? Son preguntas falsas, yo puedo contestarlas: sí, no, no. Si todes contestamos de la misma manera, ¿qué estamos haciendo al esencializar esta polaridad?
En relación a la esencialización, hay que recordar que el deseo, la necesidad, lo que viene de mí, lo obvio… no existe sin la cultura, sin el lenguaje, sin lo de fuera. Somos con y debemos tenerlo presente, porque se nos olvida.
Con respecto al marco teórico de la gestalt, lo mejor que se puede decir es que, en relación a la diferencia sexual y a la construcción del autoconcepto en un campo en el que existe la discriminación, no se dice casi nada; hay poco que debatir con la teoría y mucho que hacer para incorporar esta mirada. Y esto tiene un filo peligroso, lo que no se nombra, lo que no se explicita, en ocasiones se vuelve especialmente dañino.
Por último, para cerrar este punto de la crítica, me gustaría decir que es importante entender que las personas que hemos aprendido del feminismo nombramos estas cosas y las podemos visibilizar, en mayor o menor medida. De hecho, estamos muy sensibilizadas y se nos hacen figura. Y esto no significa que no nos atraviesen. El patriarcado, incluyendo la desvalorización de lo femenino, la homofobia internalizada, la cultura del amor romántico…, todo esto nos acompaña, está encarnado, nos hace el cuerpo como a las demás.
El feminismo no te vacuna. Creer que es así es como pensar que siendo terapeuta no vas a tener neurosis. Ya sabemos que eso no es cierto. Lo que sí es verdad es que hemos aprendido a conocerla y, en el mejor de los casos, a negociar con ella. Lo mismo pasa con el feminismo, nos permite entender cómo nos atraviesa todo esto y hacernos cargo de ello.
Hemos construido nuestro autoconcepto en una cultura patriarcal e internalizamos las reglas y normas en el decir y saber de mí y del mundo. Es fundamental, en este sentido, el trabajo terapéutico feminista que nos ayude a visibilizar cómo lo hemos hecho, si no, muchas veces, nos encontraremos reproduciendo ideología dominante. Incluso sin querer que sea así.
Por eso, cuanto más nos estemos defendiendo en este momento, al leer la parte crítica, cuanto más estemos pensando que en nuestra escuela no pasa, que quién hará esas cosas, que…, más falta nos estará haciendo revisarnos.
El reconocimiento
Volviendo con las compañeras que, igual que yo, se acercaron a la gestalt desde el feminismo, pienso que, si no nos hemos ido con todo esto y vamos sorteando las dificultades, es por el bienestar producido por otro tipo de aspectos. Eso sí, dejando de lado todo lo que sabemos en este sentido (dejando fuera una parte de nosotras…).
Nos nutrimos de la gestalt como podemos. Y es que la gestalt es muy nutritiva. Los procesos de autoconocimiento, el contacto con une misme y con el mundo producen mucho bienestar. Aquí, ahora, darse cuenta y responsabilidad. Aprender esto es un regalo. La expresión de las emociones, el trabajo con el cuerpo, el cariño y el sostén de los grupos, los procesos transferenciales y contratransferenciales…
Pasar por la formación es una experiencia transformadora difícil de reducir a palabras. Sobre todo, sin hablar de lo propio, porque cada quien encuentra las claves en sitios distintos. En mi proceso, encontré la posibilidad de elaborar mucho dolor que había acumulado en distintas experiencias vitales y tenía aparcado, como si evitarlo fuera posible. Salí ligera, mucho más conectada con mi energía y mis necesidades.
Además, añado un reconocimiento muy concreto: creo que la gestalt, desde una posición metodológica, le viene muy bien al feminismo para la flexibilización de las identidades con respecto al género.
Nos viene bien entender cómo construimos el carácter y de qué manera podemos incluir las partes negadas en el autoconcepto. Darnos cuenta de nuestros procesos de identificación/alienación; qué posibilidades hemos perdido en ese camino y qué nos está apretando en ese ajustarnos a las expectativas de un mundo binarista y patriarcal.
Entender los mecanismos de defensa y, fundamental desde la perspectiva de género, negociar con el peso de los introyectos (algunos de ellos también feministas).
Desde las teorías emancipatorias, en ocasiones, definimos sujetos que se convierten en ideales del yo. Construimos modelos imaginarios de cómo «deberíamos ser» y no de cómo realmente estamos siendo.
Respondiendo a estos «deberías», jugamos un rol, un «como si» que nos dificulta el contacto interno y el externo. Limitamos nuestras posibilidades personales, ahora marcadas por los propios discursos emancipatorios y no por la estructura patriarcal.
Cuando deseamos cambiar, establecemos una dicotomía entre lo que estamos siendo y lo que queremos ser, generando nuevos introyectos que interrumpen la regulación organísmica y alienando, de nuevo, partes nuestras. En el trabajo terapéutico se procura la integración entre lo que está y lo que quiere llegar.
Además, el enfoque fenomenológico de la gestalt evita el «debería». Supone partir de la experiencia vivida procurando darse cuenta de cómo nos afecta el género, en este caso. Y desde este lugar observado, interrogarnos acerca de qué cosas queremos modificar y qué no y cómo hacerlo. A partir de aquí se puede establecer el proceso de desidentificación.
Para poder habitar eso que queremos, tenemos que incorporar los cambios aceptando lo que previamente está. La premisa es que hay que saber exactamente dónde estamos para poder llegar a donde queremos estar. Sin esa base, el movimiento se complica enormemente.
Por último, la gestalt entiende que somos en el contacto. Abre el paradigma del campo frente al paradigma del individualismo. En palabras de Marta Fischman Slemenson (en el prólogo para la traducción de Vergüenza y soledad, de Gordon Wheeler):
“El «modelo de campo» de Goodman propone un punto de vista totalmente diferente en el que el sí mismo o el yo no es algo puramente interno, sino que, en su metáfora espacial, está en el límite de contacto, ubicado de modo tal que integra todo el campo y que una ruptura significante en el mismo, en la conexión natural con el entorno, será percibida como una ruptura en la conexión interna del yo”.
(Fischman, 2005, p. 21).
“[…] En la medida en que somos relacionales, intersubjetivos, integrados al campo como un todo, se desprende que una perspectiva ética debe basarse en el criterio de cuáles acciones y actitudes apoyan un desarrollo saludable del campo en su totalidad”.
(Fischman, 2005, p. 23).
Gordon Wheeler cierra el libro con esta referencia al género. De las pocas reflexiones teóricas explícitas en gestalt.
“Nacemos en un campo «generizado»; las historias íntimas que heredamos, acomodamos e integramos más o menos bien, para bien y/o para mal, son historias generizadas (dependen del género). Los términos específicos de esa asignación de roles según el género van a variar enormemente de una cultura a otra. Lo que no variará es el hecho de que la cultura misma contiene la noción de género y que esos valores y significados de género son transmitidos por nosotros y por la cultura en forma de narraciones como historias de género que moldean y constriñen nuestras historias íntimas de género, tal como lo hacen todas las narrativas culturales”. (Wheeler; 2005, pp. 277-278).
Una propuesta de mirada feminista en psicoterapia
Marco general
A las personas se nos especializa, nos especializamos, en ser mujeres y hombres (no existe un lenguaje que permita hablar de las dos cosas al mismo tiempo, estamos inmersas todavía en el paradigma del individualismo que opone un afuera a un adentro). No es la única característica que va a marcar nuestra subjetividad, pero sí una de las más importantes.
Muchas autoras afirman que el género es la categoría fundamental en la construcción de nuestra psique, aunque el feminismo postcolonial nos ha permitido ver que en otras culturas y en esta misma, según para quién, puede haber otros ejes que tengan un peso mayor. Pensemos en la negritud en sociedades colonialistas, en algunas diversidades funcionales…
En todo caso, volviendo al género, esta diferenciación nos interpela en gran medida, si no de manera fundamental, a la hora de decir quién soy yo. Y lo más importante, no es una mera diferencia, marca también posiciones de poder y subordinación, nos habla de desigualdad y discriminación. Nos coloca o pretende colocarnos en lugares distintos. Lugares en los que se asientan dinámicas económicas y de parentesco para reproducirse. Es la base del sistema patriarcal.
Desde este lugar, por ejemplo, las mujeres regalamos nuestro tiempo al trabajo reproductivo por «amor». La asimetría de los roles de género, en las interacciones amorosas, hace que las responsabilidades del cuidado, el sostén emocional y las tareas domésticas recaigan sobre las mujeres. Especializarnos en ser mujeres implica encontrar el reconocimiento en estos roles, por lo que estos intercambios desiguales son, en muchos casos, voluntarios. Aunque, en la mayor parte de ellos, no están exentos de tensiones y conflictos. En palabras de Anna G. Jónasdóttir, los hombres obtendrían una «plusvalía de dignidad genérica» (1993, p. 70). Para esta autora, no es el trabajo gratuito la causa mayor de la subordinación en las mujeres, sino el cuidado y el amor, el sostén emocional para el que hemos sido especializadas, que no encuentra una especialización similar en el afuera que equilibre lo dado.