Homofobia e identidad no normativa – Una mirada feminista y gestáltica

Homofobia

Por Rubén Piñera Pérez:

A lo largo de mi vida y de mi proceso terapéutico personal y profesional, el entender, sentir y mover la homofobia, externa e interna, desenvolver sus capas y negociarme con ella, me ha hecho posible ser más feliz, y acompañar más felizmente.

No puedo hablar de homofobia sin hacer referencia los siglos de lucha feminista, en sus aportaciones teóricas y en sus praxis, así como a las otras luchas por los derechos civiles y colectivos, que forman parte de mí y de las que soy parte. Las raíces, las características y las consecuencias de la homofobia son abordables, en mi opinión, sólo desde una perspectiva feminista subversiva del sistema de sexo-género-orientación sexual en que se enraízan, articulan y ejecutan.

Todas las personas, sin posibilidad de excepción, existimos en este sistema. Estemos en el centro o en la periferia, arriba o abajo, sólo dándonos cuenta de ello podemos alcanzar mayor libertad y responsabilidad para nosotras mismas, y facilitárselas a las demás. Es fundamental para ello asir la idea de interseccionalidad, y comprender que somos un cruce de identidades contextuales atravesadas por diversos vectores de poder. La práctica terapéutica gestáltica consiste, en gran medida, en facilitar esta mayor libertad y responsabilidad.

He de advertir que uso el término homofobia de forma que puede parecer sinónimo de bifobia, transfobia y lesbofobia. El término que podría englobar éstas sería lgtbfobia, que también usaré puntualmente. Si bien estas cuatro fobias comparten raíz y no pocas características, hay sin embargo elementos concretos que las hacen muy específicas. La invisibilidad es uno de crucial importancia, y es por ello que lo quiero hacer explícito. Un marica como yo, hablando de homofobia, ha de nombrar la invisibilidad que implica la lesbofobia, la especial vulnerabilidad de las personas trans*2 a sufrir crímenes de odio y los estereotipos específicos sobre las personas bi, como única forma de no contribuir a invisibizar lo invisibilizado.

Algo he aprendido:
Si una persona no tiene amigos de toda la vida
o de muchos años, algo está mal con esa persona.
Porfiá@La_contumaz

O eres LGTB.
Ania@pilapodre

…Pero solo las más heridas conseguiremos crear algo nuevo.
De eso tampoco me cabe la menor duda.
BRIGITTE VASALLO1.

Homofobia

La homofobia es la hostilidad, el rechazo y el miedo a la homosexualidad, a su posibilidad y su existencia, y hacia las personas homosexuales, que podemos extender, sólo si apuntamos los matices antes descritos, a todas las personas no heterosexuales. En este artículo además la presento refiriéndola a cualquier disrupción del continuo sexo-género-orientación sexual. Dicha hostilidad y rechazo es un hecho cultural e histórico, y opera como generador de violencia contra todas las personas, y de forma específica contra aquellas que no se reconozcan en el sexo y género asignados ni orienten su deseo en la dirección heterosexual correspondiente. Está estrechamente relacionada con el sexismo y la misoginia y jerarquiza las sexualidades en sus dimensiones de identidad (el sexo que soy), legibilidad (el sexo que tengo, que expreso) y erótico-amatoria (el sexo que hago) (Amazúa, 2000).

El continuo sexo-género-orientación sexual es señalado y cuestionado por Judith Butler, quien lo denomina «matriz de inteligibilidad heterosexual» (Butler, 1990). La palabra ‘inteligible’ viene del latín intelligibilis, cuyos componentes son el prefijo inter (‘entre’), legere (‘leer’) y el sufijo ible (‘que se puede’). Según Butler, estas categorías son legibles únicamente en su inter: en la relación estrictamente lineal entre ellas, que genera una matriz (hembra/mujer y macho/hombre heterosexuales) que se autosignifica como modelo y se representa a sí misma mediante una performance (una actuación, un hacer, y no un atributo con el que contarían los sujetos antes de su «estar actuando»).

Lo «esencial» sobre la diferenciación y binarización de los sexos y los géneros ha sido visto, además de como un teatro, «como una construcción (Teresa de Lauretis), […] como una esencia positiva inexplorada (Luce Irigaray) o como una trampa ideológica (Monique Witting)» (Azpiazu, 2017, p. 29). Lo relevante aquí   es que los feminismos han hecho posible que estas categorías, identidades y prácticas, que se necesitan entre sí para existir, y que además jerarquizan y distribuyen desigualmente el poder, se debatan, se analicen, se cuestionen, se muevan y se entremezclen con otras. Los feminismos han permitido, con ello, nombrarse y legitimarse a muchas otras formas de ser y de hacer.

Marcos tiene un año y dos meses. Nació con pene y con un pelazo rubio que le ha ido creciendo hasta hacérsele un gran flequillo. Su madre y su padre se lo recogen con una horquilla rosa estampada de leopardo que le queda estupendamente bien, porque además es un bebé precioso. Marcos es mi ahijado, pero esto no es lo importante. Marcos es, además, nieto de sus abuelos y abuelas. Su abuela no ha soportado la disrupción que la susodicha horquilla rosada supone en el continuo sexo-género-orientación sexual de Marcos; por eso le ha cortado el flequillo y le ha quitado la horquilla. Marcos, además de ser nieto de su abuela y ahijado mío, es hijo de su madre, que le ha vuelto a poner la horquilla, mal sujeta en cuatro pelos cortos, realizando con ello, ahora sí, un acto subversivo consciente. Si la horquilla suponía antes comodidad para Marcos, al quitarle los pelos de la cara, y su utilidad era más importante que la legibilidad social del sexo-género-orientación sexual que él pudiera subjetivamente sentir y desarrollar a lo largo de su vida, la horquilla supone ahora un simple adorno que da fe y atestigua que Marcos, al menos en lo referente a su sexo, su género y su orientación sexual, cuenta con unas figuras parentales posibilitadoras y apoyadoras. Y eso le hace mucho más afortunado de lo que han sido y son muchas personas.

Marcos tiene una hermana casi tres años mayor, Irene, por suerte para mí también mi ahijada, que nació con vulva y que resulta ser intrépida, charlatana, discutidora y hasta un poco mandona. Enternecedoramente libre. A los abuelos y abuelas les preocupa que no se comporte como es debido, como una niña buena, es decir, obediente.

Cómo y para qué

Al mundo le preocupa lo que Marcos parezca. Y al mundo le preocupa cómo Irene se comporta. El cisheteropatriarcado3, y sus mecanismos misóginos y homófobos, establecen como modelo una dicotomía jerarquizada que se define en la categorización y estigmatización de la otredad, castigando y caricaturizando, mediante una enorme violencia simbólica, estructural y explícita lo que pueda parecer o ser algo disruptivo de su norma. Vivimos en un «régimen de la sexualidad»4 que considera a toda persona con identidad sexual o de género no-normativa como inmoral, antinatural, enferma5 y mala. Por tanto, este sistema adjudicará a estas personas algún castigo, alguna patología, no las reconocerá ni visibilizará y las sancionará social, institucional y legalmente.

El cisheteropatriarcado es una estructura social mundial que genera identidades personales e influye en nuestra esfera social y familiar. Como estructura, afecta a la redistribución y al reconocimiento. Tal como dice Azucena González, «la falta de reconocimiento no es tan sólo una cuestión de actitudes culturales que llevan a daños psicológicos, sino que también es un problema de estructuras sociales de interpretación y valoración» (González, 2013, p. 12). Estas inciden profundamente sobre los sentimientos, las categorías cognitivas, las percepciones, la interpretación de la realidad, la identidad y las convicciones, hasta el punto de generar una compartida sensación de inmutabilidad que impide la participación «equitativa en la vida y un desarrollo del potencial humano. […] Está inserta en nuestra mirada del mundo» (Ibídem, 2013, p. 13). Y la incorporamos, literalmente; es decir, se nos hace cuerpo. En términos gestálticos, hablamos de un conjunto de introyectos de muy difícil elaboración consciente, que nos convierte en víctimas y en verdugas; proyectamos y ejecutamos cisheteropatriarcado al menos tanto como lo hemos introyectado, al menos tanto como nos ha desensibilizado. Para ello ha sido necesaria la repetición continua de infinidad de actos que operan un ritual simbólico que nos construye, nos performa6 (Butler, 1990). Ha sido necesario un cuerpo legislativo7 que ha negado y sigue negando la equitativa distribución de la riqueza y de los derechos. Ha sido necesaria la ocultación, el irrespeto y el no reconocimiento. Ha sido necesaria la ejecución de un sin fin de violencias explícitas verbales, físicas, sexuales, y excluyentes o aisladoras8.

Desde actos performativos como la horquilla de Marcos y los modales de Irene, pasando por legislaciones represoras y simbologías culturales negadoras, hasta los insultos, las burlas, las palizas, las expulsiones del club de las buenas y sanas… el mensaje es siempre el mismo, inequívoco. Los

insultos como «marica» o «maricón» son sinónimos de nenaza, son la expresión de una profunda misoginia. Lo que se le dice al niño de menos de ocho años en el patio del colegio no es «homosexual»; es «poco hombre, menos hombre, algo mujer, mujer del todo».

Es decir, el horizonte de la violencia homofóbica, el insulto y la injuria que va forjando la propia identidad, no señala una posible orientación sexual, sino un comportamiento disconforme con el rol de género asignado que asusta, aterroriza, al régimen sexual, pues pone en tela de juicio la linealidad entre identidad sexual (ser o sentirse hombre, mujer o trans*), identidad de género (parecer y comportarse como tal) y orientación sexual (con personas de qué sexo o género siento excitación afectivo-sexual).

Asier Santamaría (2018), que se nombra Marica, lo dice así de claro: «Marica es mi identidad de género. Lo que antes era el gran insulto es ahora un gran recordatorio de que la lucha marica es una lucha profundamente adscrita a la lucha feminista. Porque empoderarnos como maricas es empoderarnos en nuestra feminidad».

Qué hacer con las subjetividades

La homofobia actúa en dos direcciones: castiga y amenaza. Por un lado, cae sobre quien «lo parece», y lo coloca en la categoría del «otro indeseable», a base de insulto y hostia limpia. Por otro lado, actúa sobre las susceptibles de «serlo sin parecerlo», mostrándoles una advertencia continua de lo que sufrirían si perteneciesen a la otra categoría. La «pluma», o discordancia de género, favorecerá recibir mucha violencia explícita, que da lugar a personas adultas con sintomatologías cercanas al trastorno de estrés postraumático (EPT) (Martín, 2016), y la no pluma, o mayor concordancia, favorecerá personalidades evitativas. En cualquiera de ambos casos, se da el llamado estrés de la minoría de diversidad sexual y de género (EMDSG) (Gómez, 2016) que, si bien es similar al traumático en su sintomatología, sitúa precisamente en la relación de inferioridad con la mayoría o, al menos, con lo normativo, los agentes dañinos y traumatizantes, que por tanto son continuos y constantes tanto en cuanto no se invierta esta relación minoría versus mayoría, o la normatividad sexo-género-orientación no se extinga y deje de ser una forma en la que clasificar y jerarquizar a las personas.

El estrés de la minoría, de forma global, y el estrés postraumático, de forma concreta, van a ser muy habituales, y será lo que mayoritariamente nos encontremos en consulta; problemáticas que tengan que ver con: trastornos de ansiedad, sexo compulsivo, nosofobia, trastornos de tipo evitativo, prácticas autolesivas, pesadillas, pensamientos disruptivos, guiones de agresión, adicciones, dificultades para vincularse afectivamente y dificultades en habilidades sociales y asertividad (Martín, 2016). Las emociones más sentidas en sus biografías serán: la humillación, la impotencia, la rabia, la incomprensión, la soledad, la vulnerabilidad y el aislamiento; triplicándose el riesgo  de suicidio respecto a personas cisheterosexuales (Generelo, 2012). En las identidades no-binarias, se añade la angustia de no ser leídas en un mundo que no las ve ni las reconoce, y que incluso se niega a nombrarlas, aún cuando éstas se lo piden explícitamente9. Además de esto, es fundamental que seamos conscientes de que han sido experimentadas a muy pronta edad, en la primera infancia, simultáneamente a la configuración de su identidad de sexo-género; que han sido intensificadas en la adolescencia, de la mano del desarrollo de su orientación sexual; y que se han repetido en su adultez como castigo a su mayor o menor visibilidad y aceptación. La última característica diferencial en las víctimas de homofobia y lgtbfobia, de crucial importancia terapéutica, es que no gozan de reconocimiento en el contexto social y familiar del infante. Respecto al social, nos encontramos con el horizonte de la injuria, es decir, la injuria como amenaza o castigo a quien interviene en defensa de la persona que es agredida por su diversidad lgtb, lo que le hará sufrir también la agresión y padecer asimismo la injuria: te amaricona defender a una marica. Respecto al familiar, la homofobia es generalmente reproducida por las propias figuras parentales: Tienen «el enemigo en la propia casa […] con lo cual, ese espacio, que debería aportar seguridad, se convierte en un espacio del que también hay que cuidarse» (Bendicho, 2014) favoreciendo así una desconfianza básica de gran calado.


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